lunes, 15 de febrero de 2010

La fiebre de la cabaña

Es un término coloquial para referirse a una forma de claustrofóbia. Se conoce por este nombre por que se descubrió en mineros que trabajaban en las gélidas tierras de Alaska. Estos personajes, rodeados de nieve perpetua, se resguardaban por periodos prolongados en cabañas aislándose así de una realidad más amplia. Al ir pasando los días acababan fabricando su propia realidad, fusionando fantasías individuales o colectivas con los remanentes de realidad que recordaban.

La fiebre de la cabaña crea una percepción hibrida de la realidad y la fantasía. Es decir, mientras en el exterior, la realidad tangible continua, las personas que la padecen hermetizan aun mas su amalgama de ideas incrementándose los rasgos paranoides. Su egocentrismo, egolatría y narcisismo (que aunque muy relacionados no son lo mismo) acaban por desenmascarar una personalidad con delirio de Mesías. Los síntomas más clásicos de estos enfermos son ideación persecutoria, hostilidad, intransigencia y actitud beligerante.

La fiebre de la cabaña no necesariamente se da en remotos lugares, puede darse en cualquier sociedad endogámica o pequeña. Hace algunos años conocí aun músico que tenía un grupo de rock con un éxito regular en el estado. Su ego, huelga decirlo, era enorme. Afirmaba que hacía giras y llenaba estadios. En su cabeza pasaba todo eso, pero lo increíble era que convencía más gente de su decir. Cuando el instituto de la Juventud, bajo la coordinación de Beatriz Patraca, comenzó a hacer conciertos con grupos de rock nacionales y locales, su ego se fue empequeñeciendo, al grado que dejó de tocar. Lo malo no era que dijera eso, lo malo es que no había con quien compararlo, no tenía contrincante válido. Sigo pensando que en el estado vivimos una fiebre de la cabaña y una visión endogámica de la situación cultural.

Podremos hacer talleres con gente de nuestro estado –que es muy talentosa- pero necesitamos que vengan de otros lados para nutrirnos y nosotros salir. Esta bien que regresen los talleristas, pero que sean de otros grupos, no solo de uno. Necesitamos que además de exponer artistas locales y obra venida de nuestras las iglesias, expongan extranjeros y obras con nuevas tendencias. Sino sucede esto, terminaremos por enloquecer.

1 comentario:

Beatriz dijo...

Te acusarán de malinchista, de desdeñoso, de arribista, de no fomentar el espacio idoneo para que crezcan los valores autóctonos. El problema es que los locales necesitan visitantes para que dejen de ser las estrellas del futbol llanero y empiecen a exigirse un poco más.
Pero claro, yo qué sé, ¿que no ves que ya ahí yo era "extranjera"? No vi que sería el preámbulo a mi condición real de extranjera.
En todo caso, sucede como con las tortugas japonesas que adaptan su tamaño al tortuguero que las contiene. Por cierto... ¿estaré pensando en la misma tortuga que mencionas? Si es así, yo conocí a alguien que le dio varias lecciones muy básicas, pero esa es otra historia, era otro extranjero, este sí, de verdad.
Bueno, me voy que esto se vuelve monólogo retro-maniaco-obseso, pero me hizo gracia tu post... y cómo no!